sábado

MARÍA



Oh bienaventurada y dulcísima Virgen María,
Madre de Dios,
toda llena de misericordia,
hija del Rey supremo,
Señora de los Angeles,
Madre de todos los creyentes:
hoy y todos los días de mi vida,
deposito en el seno de tu misericordia mi cuerpo y mi alma,
todas mis acciones,
pensamientos,
intenciones,
deseos,
palabras,
obras;
en una palabra,
mi vida entera y el fin de mi vida;
para que por tu intercesión
todo vaya enderezado a mi bien,
según la voluntad de tu amado Hijo y Señor nuestro Jesucristo,
y tú seas para mi,
oh Santísima Señora mía,
consuelo y ayuda contra las asechanzas y lazos del dragón y de todos mis enemigos.

Dígnate alcanzarme de tu amable Hijo y Señor nuestro Jesucristo,
gracias para resistir con vigor a las tentaciones del mundo,
demonio y carne,
y mantener el firme propósito de nunca más pecar,
y de perseverar constante en tu servicio y en el de tu Hijo.
También te ruego,
oh Santísima Señora mía,
que me alcances verdadera obediencia y verdadera humildad de corazón,
para que me reconozca sinceramente por miserable y frágil pecador,
impotente no sólo para practicar una obra buena,
sino aun para rechazar los continuos ataques del enemigo,
sin la gracia y auxilio de mi Creador y sin el socorro de tus santas preces.
Consígueme también,
oh dulcísima Señora mía,
castidad perpetua de alma y cuerpo,
para que con puro corazón y cuerpo casto,
pueda servirte a ti y a tu Hijo en tu Religión.
Concédeme pobreza voluntaria,
unida a la paciencia y tranquilidad de espíritu para sobrellevar los trabajos de mi Religión y ocuparme en la salvación propia y de mis prójimos.
Alcánzame,
oh dulcísima Señora,
caridad verdadera con la cual ame de todo corazón a tu Hijo Sacratísimo y Señor nuestro Jesucristo,
y después de él a ti sobre todas las cosas,
y al prójimo en Dios y para Dios:
para que así me alegre con su bien y me contriste con su mal,
a ninguno desprecie ni juzgue temerariamente,
ni me anteponga a nadie en mi estima propia.
Haz,
oh Reina del cielo,
que junte en mi corazón el temor y el amor de tu Hijo dulcísimo,
que le dé continuas gracias
por los grandes beneficios que me ha concedido no por mis méritos, sino movido por su propia voluntad,
y que haga pura y sincera confesión y verdadera penitencia por mis pecados, hasta alcanzar perdón y misericordia.

Finalmente te ruego que en el último momento de mi vida,
tú,
única madre mía,
puerta del cielo y abogada de los pecadores,
no consientas que yo,
indigno siervo tuyo,
me desvíe de la santa fe católica,
antes usando de tu gran piedad y misericordia me socorras y me defiendas de los malos espíritus,
para que,
lleno de esperanza en la bendita y gloriosa pasión de tu Hijo y en el valimiento de tu intercesión,
consiga de él por tu medio el perdón de mis pecados,
y al morir en tu amor y en el amor de tu Hijo,
me encamines por el sendero de la salvación y salud eterna.
Amén.
-Oración de Santo Tomás de Aquino-

No hay comentarios: