"Eres huerto cerrado, hermana y esposa mía, huerto cerrado..."
Un huerto se cierra, bien cerrado, para que no entren los animales y la gente extraña a coger sus frutos. La Virgen María fue un jardín bien cerrado, protegido por Dios; y cerrado por el lado oriental, septentrional y meridional y por el lado de levante, porque "desde el oriente", es decir, desde el instante de su concepción, hasta el "ocaso" de su vida, así como a lo largo de su existencia, tanto si soplaba el viento del sur de la prosperidad, como si arreciaba el viento del norte de las tribulaciones, María siempre contó con la protección divina: bien cerrada y de manera hermética, para que no entrasen en su alma santísima las bestias del infierno.
Por eso la expresión "huerto cerrado" se repite dos veces en la alabanza del Esposo divino: "huerto cerrado, en primer lugar, por ser inmune al pecado original; "huerto cerrado", en segundo lugar, por estar muy alejada de cualquier culpa actual. Los extraños, es decir, el mundo, la concupiscencia de la carne, el diablo, no pudieron entrar en su alma, no solamente no manchándola con ningún pecado, sino ni tan siquiera robándole fruto alguno de obra buena, pues ella no decayó jamás en virtud alguna.
Por eso también es ensalzada como "huerto bien cerrado", protegido de forma poderosa por la protección divina: porque era "hermana" y "esposa" del Altísimo. Hermana, porque el Hijo único de Dios iba a asumir de su purísima carne la naturaleza humana; esposa, porque fue esposa de Dios de tres maneras, en un grado superior a cualquier otro, habiendo sido desposada por él (aplicando la profecía de Oseas) en la fe, en la justicia y en la misericordia (ver Os 2,19-20). En la fe, porque ella sola, más que nadie, fue dichosa por haber creído, como dijo Isabel, exaltando su fe: "Dichosa tú por haber creído que la palabra del Señor se cumplirá" (Lc 1,45); en la justicia, por la perfecta observancia de la justicia legal, de los mandamientos divinos y de lo que solamente se aconseja [en el Evangelio]; en la misericordia, porque la misericordia divina se manifestó en ella de la manera más singular, habiendo sido preservada de toda culpa y colmada de toda gracia. También fue desposada por Dios en la misericordia porque, siendo tan poderosa en virtud de sus méritos, se distinguió por su misericordia hacia los pecadores, hasta ser su Refugio, su Auxilio, y su Abogada.
Oh Maria, Abogada mía, Refugio mío, única Esperanza de mi alma: por esa gracia singular que has recibido para ser huerto cerrado, hermana y esposa de Dios, consíguenos del Dios altísimo su misericordia. Hemos sido huerto arrasado por los pecados que hemos cometido, y el jabalí salvaje, el animal feroz, ha devorado la viña de nuestra alma. Haz que por tus méritos consigamos de Dios la gracia de ser, desde ahora, huerto cerrado, de modo que ninguna entrada permita a la bestia feroz acercarse para arrasar nuestras almas; más bien, que sólo tu Hijo amado encuentre en él sus delicias, como en un huerto florecido.
Amén.
de "Mariale" o interpretación alegórico-espiritual del Cantar de los Cantares, escrito por San Francisco Antonio Fasani.
Un huerto se cierra, bien cerrado, para que no entren los animales y la gente extraña a coger sus frutos. La Virgen María fue un jardín bien cerrado, protegido por Dios; y cerrado por el lado oriental, septentrional y meridional y por el lado de levante, porque "desde el oriente", es decir, desde el instante de su concepción, hasta el "ocaso" de su vida, así como a lo largo de su existencia, tanto si soplaba el viento del sur de la prosperidad, como si arreciaba el viento del norte de las tribulaciones, María siempre contó con la protección divina: bien cerrada y de manera hermética, para que no entrasen en su alma santísima las bestias del infierno.
Por eso la expresión "huerto cerrado" se repite dos veces en la alabanza del Esposo divino: "huerto cerrado, en primer lugar, por ser inmune al pecado original; "huerto cerrado", en segundo lugar, por estar muy alejada de cualquier culpa actual. Los extraños, es decir, el mundo, la concupiscencia de la carne, el diablo, no pudieron entrar en su alma, no solamente no manchándola con ningún pecado, sino ni tan siquiera robándole fruto alguno de obra buena, pues ella no decayó jamás en virtud alguna.
Por eso también es ensalzada como "huerto bien cerrado", protegido de forma poderosa por la protección divina: porque era "hermana" y "esposa" del Altísimo. Hermana, porque el Hijo único de Dios iba a asumir de su purísima carne la naturaleza humana; esposa, porque fue esposa de Dios de tres maneras, en un grado superior a cualquier otro, habiendo sido desposada por él (aplicando la profecía de Oseas) en la fe, en la justicia y en la misericordia (ver Os 2,19-20). En la fe, porque ella sola, más que nadie, fue dichosa por haber creído, como dijo Isabel, exaltando su fe: "Dichosa tú por haber creído que la palabra del Señor se cumplirá" (Lc 1,45); en la justicia, por la perfecta observancia de la justicia legal, de los mandamientos divinos y de lo que solamente se aconseja [en el Evangelio]; en la misericordia, porque la misericordia divina se manifestó en ella de la manera más singular, habiendo sido preservada de toda culpa y colmada de toda gracia. También fue desposada por Dios en la misericordia porque, siendo tan poderosa en virtud de sus méritos, se distinguió por su misericordia hacia los pecadores, hasta ser su Refugio, su Auxilio, y su Abogada.
Oh Maria, Abogada mía, Refugio mío, única Esperanza de mi alma: por esa gracia singular que has recibido para ser huerto cerrado, hermana y esposa de Dios, consíguenos del Dios altísimo su misericordia. Hemos sido huerto arrasado por los pecados que hemos cometido, y el jabalí salvaje, el animal feroz, ha devorado la viña de nuestra alma. Haz que por tus méritos consigamos de Dios la gracia de ser, desde ahora, huerto cerrado, de modo que ninguna entrada permita a la bestia feroz acercarse para arrasar nuestras almas; más bien, que sólo tu Hijo amado encuentre en él sus delicias, como en un huerto florecido.
Amén.
de "Mariale" o interpretación alegórico-espiritual del Cantar de los Cantares, escrito por San Francisco Antonio Fasani.
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